
Esta es la primera novela de Vargas Llosa que leo y, sin duda, no será la última. En este libro tan grueso, el escritor peruano presenta una versión de lo que sucedió realmente en la República de Brasil, durante la Guerra de Canudos, a finales del siglo XIX.
Con una maestría impresionante, este libro, que para muchos pudiera ser interminable, perfila la historia de Antonio Consejero, una especie de profeta que se encarga de arrastrar a una masa de desvalidos hasta la hacienda de Canudos, con el objetivo de instaurar un orden completamente distinto, ajeno a los cambios y transformaciones que presentaba el nuevo sistema republicano.
Lo interesante de toda la trama es que se presentan múltiples interpretaciones de un mismo hecho, y se ejemplifica claramente que la verdad no puede ser absoluta en una sociedad convulsionada -y, bueno, en una sociedad apaciguada por la paz, tampoco puede existir una visión universal de las cosas-. Las posiciones políticas, económicas y religiosas, se hacen eco en el camino que siguen los personajes para entender lo que estaba sucediendo en Canudos, y para comprender, desde la propia óptica, un movimiento social que logró vencer a tres expediciones militares, de forma casi milagrosa. En todo caso, con descripciones detalladas de personajes, de situaciones y de ambientes, Vargas Llosa recrea un momento histórico brasileño, y permite revivir, dos siglos después, una época caótica que marcó el rumbo del país más grande de América del Sur.
Aunque sé que pude haber empezado a leer a Vargas Llosa con otra obra -por ejemplo, La Casa Verde-, no me arrepiento de haberme encontrado con este escritor a través de La Guerra del Fin del Mundo, porque pude transportarme hacia ese lugar diferente a todos los que he conocido, hacia esos personajes mágicos y complicados, que me hicieron comprender la dificultad para establecer una versión universal de las cosas que suceden, y la necesidad que existe de aceptar múltiples voces en este mundo tan enrevesado.
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