sábado, 16 de mayo de 2009

Farenheit 451


Imaginar un mundo sin libros es algo difícil. Más complicado todavía es pensar en un lugar en el que los bomberos se encarguen de quemar libros. Esa es la historia de Farenheit 451, una novela fabulosa de Ray Bradbury.
Montag es el personaje principal de estas páginas. Para hacerlo más interesante, por supuesto, es un bombero. Pero no uno cualquiera, que sigue las órdenes sin pensarlo mucho. Bueno, al principio era así, pero el encuentro con una muchacha inteligente lo ayudó a salir del abismo.
A partir del momento en el que conoció a Clarisse, una joven del vecindario, Montag comienza a repensar su profesión y su vida. ¿Qué es lo que tiene eso que llaman "libro"? ¿Qué secreto esconde y por qué debe ser quemado deliberadamente? Así empieza una aventura por descubrir lo que hay detrás de esas acciones contra las letras.
Para mí, esta novela fue una reivindicación del valor de la lectura. De la importancia de detenerse un rato y aprender de las cosas pequeñas que pasan alrededor. De la valía que tienen esos pedazos de páginas impresas. Además, es un libro que se lee muy rápido, y que contiene una historia emocionante imposible de dejar.


domingo, 8 de marzo de 2009

El nombre de la rosa



Con este libro corroboré una cosa: es mejor el Umberto Eco ensayista, que el Umberto Eco novelista. El nombre de la rosa es una novela que se adentra en los misterios de una abadía benedictina del siglo XIV. Un franciscano y su ayudante llegan a ella para descubrir lo que se esconde detrás de una serie de asesinatos extraños, que se vinculan con el saber prohibido de la biblioteca.
Aunque en apariencia este libro puede ser atractivo, el problema radica cuando empieza a perderse en unos detalles que no aportan nada a la historia principal. Además de las aventuras de los personajes de la abadía, se explica una situación que se está viviendo en la religión católica de esa época: la proliferación de movimientos heréticos, producto de interpretaciones extremistas de los preceptos de las órdenes religiosas.
Este tema puede resultar interesante, pero se le dedica demasiado espacio, y se retrasa innecesariamente el transcurrir de los acontecimientos principales. Además, al final es posible darse cuenta de que no tiene relación una cosa con la otra.
Si se quiere saber más sobre la religión de estas épocas, se puede leer el libro a sabiendas de que puede tornarse lento y un tanto aburrido. Si se llega a él pensando que la aventura será tan emocionante, que no va a haber voluntad de soltarlo ni un segundo, es mejor no abrirlo siquiera.
Valga decir que apelé a mi derecho a saltarme páginas, porque aún no estoy preparada para asumir mi derecho a no seguir leyendo. Es algo que todavía no considero digno. Hasta que llegue un libro muy, pero muy malo, que me haga cambiar la perspectiva.

Como una novela



Este libro me ayudó mucho a comprender las razones por las que las personas no leen. El escritor francés, Daniel Pennac, explica, de forma amena y divertida, los orígenes de esa falta de placer por la lectura.
Para él, todo comienza en la infancia, cuando los padres, en lugar de propiciar una lectura recreativa, convierten esta actividad en una obligación de escuela, en una fuente de castigos y peleas. Es así, que comienza a abrirse una brecha gigantesca entre la persona y el libro, ese objeto extraño, incomprensible, ajeno y que complica la existencia. Es así, que se crece con la fatal idea de que el libro propicia angustias y dolores de cabeza.
Y, aunque parezca imposible, para Pennac es factible"reenamorar" a los adolescentes, y hacerlos encontrarle el gusto a perderse en las historias que narran los libros, a acercarse a ellos con confianza, con interés, y a reducir el profundo abismo que los separa, para construir una relación de intimidad. Para eso, se necesita la colaboración de los padres y de los maestros de las escuelas, quienes deben suscitar el placer, a través de la lectura en voz alta: una reconexión con aquel niño que escuchaba los cuentos que le leían sus papás antes de dormir. He ahí la clave.
Además de constituirse en una guía para los padres que desean ver a sus hijos leyendo, es un texto placentero para cualquiera que desee desentrañar los misterios del placer de leer. Y, también, permite ser menos severos con aquellos que no disfrutan de una buena lectura.
Para completar sus consideraciones, Pennac escribe los diez mandamientos del lector, o "los derechos imprescriptibles", que aquí reproduzco:
1) El derecho a no leer
2) El derecho a saltarse páginas
3)El derecho a no terminar un libro
4) El derecho a releer
5) El derecho a leer cualquier cosa
6) El derecho al bovarismo
7)El derecho a leer en cualquier parte
8)El derecho a picotear
9)El derecho a leer en voz alta
10)El derecho a callarnos

Los cínicos no sirven para este oficio



Si en Ébano se hace evidente la maestría de Ryszard Kapuscinski para hacer un buen periodismo, en Los cínicos no sirven para este oficio esa consideración se vuelve teoría. Es un compendio de conferencias y entrevistas realizadas a este autor, en las que se invoca una práctica profesional signada por el humanismo, por la sensibilidad y la estética narrativa.
Acostumbrados a ver en los medios esos textos fríos, secos, que tratan infructuosamente de ser entretenidos, nos podemos olvidar de que el periodismo no tiene nada que ver con eso. Nos podemos abandonar en la certeza de que el periodismo, para ser tal, tiene que ser rígido. Sin embargo, la perspectiva de Kapuscinski es otra, y está destinada a reivindicar el viejo oficio del periodista narrador, mediador y acercador de vidas aparentemente opuestas -las de los que forman el objeto del cuento, y las de los que lo leen-.
Una de las conferencias que se presentan en este libro, y que resulta mucho más que enriquecedora, es la que realiza este autor con John Berger, conocido escritor británico. Ambos sostienen una conversación fructífera sobre el papel de la observación en la confección de textos narrativos. No basta con leer libros, con enterarse a través de los medios de comunicación. Es preciso estar ahí, ver, oler, sentir. "Las fuentes son variadas. En la práctica hay de tres tipos. La principal son los otros, la gente. La segunda son los documentos, los libros, los artículos sobre el tema. La tercera fuente es el mundo que nos rodea, en el que estamos inmersos. Colores, temperaturas, atmósferas, climas, todo eso que llamamos imponderabilia, que es difícil de definir y que sin embargo es una parte esencial de la escritura", dice Kapuscinski en una de sus disertaciones.
Eso es el verdadero periodismo, el que no teme a ser imperfecto, porque está hecho por humanos imperfectos. El que no busca la verdad simplemente en la estadística, o en declaraciones de los representantes del poder. El que tiene como protagonista al ciudadano común, a la gente que define la cultura de un lugar. El que busca sus insumos también en la naturaleza, en los sentidos.

domingo, 25 de enero de 2009

Educarse para la tolerancia



Hace unos días, en un acto de graduación en la Universidad Central de Venezuela, el decano de la Facultad de Humanidades dio un discurso maravilloso. Habló de la cultura de la paz, e hizo énfasis en la importancia de la educación para fomentar la tolerancia y el respeto hacia los demás.
Pensando en esto, me di cuenta de que hay sólo una forma de aceptar las culturas, los pensamientos y los valores diferentes a los propios: conociéndolos. Y creo que existen dos maneras de hacerlo: estar en el lugar -acercarse personalmente a otras culturas o maneras de pensar y relacionarse con otras personas-, o leer libros, abrir la mente desde la distancia.
Si bien la opción más efectiva es la primera, cuando se hace imposible por múltiples razones, se puede utilizar la segunda. Leer un buen libro, adentrarse en un mundo desconocido por la experiencia personal, ayuda a expandir el intelecto, ayuda a aceptar lo diferente. Por ejemplo, cuando leí Ébano, aunque yo nunca he estado en África, pude comprender esa cultura, pude alejar todas las preconcepciones y entender una manera distinta de vivir.
Estos aprendizajes no solamente se consiguen con un libro en físico. En esta era de la tecnología, las oportunidades que ofrece Internet son muy amplias, y contribuyen indudablemente en este sentido. Por eso, me parece inaudito que en pleno siglo XXI, en pleno auge tecnológico, todavía existan personas intolerantes, que no sólo se quedan con lo intangible de un pensamiento o de una idea, sino que traspasan estas barreras para llegar a la agresión material. Guerras, violencias, muertes, son absolutamente injustificadas, cuando en este mundo ya se han superado todos los escollos de la desinformación, y cuando existen todas las herramientas para entender culturas y valores diferentes.
Entonces, aprendamos a aceptar, sea viviéndolo o sea leyéndolo. No hay que permitir que la violencia se imponga.

domingo, 11 de enero de 2009

Ébano


Con este libro se puede viajar a África. Al menos con la mente, es posible adentrarse en el mundo tan maravilloso y diverso de este continente. Ryszard Kapuscinski fue un periodista polaco. Uno verdadero. De los pocos verdaderos que han existido. Corrió el riesgo de viajar a varios países de África, para narrar desde adentro diferentes capítulos de su historia, y también episodios de pequeños momentos cotidianos de su gente. Tuvo el valor de enfrentarse a muchos peligros, a enfermedades, a guerras, a todas las cosas que sus homólogos temían. Y, además, tuvo la capacidad para escribir sus vivencias de forma hermosa, sin perder de vista su labor periodística y el sentido de la observación.
Lejos de las convenciones, este autor conoció el continente profundamente, a través de su trato con varias personas del lugar. No tuvo miedo de establecer relaciones estrechas con cualquiera que se encontraba a su paso, porque, para él, la verdad no estaba en la distancia, sino en la cercanía de contactos signados por la humanidad.
Siguiendo esa línea, Kapuscinski escribió los grandes momentos de la historia africana, contextualizados en esa diversidad cultural y en esas formas de comprender el mundo propias de los oriundos de este territorio caliente. De esta manera, se hizo evidente que era imposible comprender los procesos históricos y políticos de estos países, desde una óptica europea, occidental, cerrada y tapada con el velo de las preconcepciones. Por el contrario, se hizo imperante adentrarse en esas formas diferentes de entender la vida, se hizo necesario vivir como un africano más, para hablar con propiedad de estas cuestiones.
Asimismo, esa historia de los grandes procesos -las colonizaciones, la comercialización de esclavos, la independencia, las revoluciones, las dictaduras-, no era la única que importaba. A Kapuscinski también le interesó dar a conocer la vida diaria de la gente, de esas personas que van descalzas con tobos de agua sobre sus cabezas, de esos niños que quieren aprender a escribir pero no tienen un lápiz, de de esas mujeres que venden en los mercados, de esos hombres que luchan con el ejército para poder comer al menos una vez al día.
Igualmente, la idea de este libro no es solamente sensibilizar a los que vivimos de este lado del mundo, sino dar a conocer las tradiciones de esta cultura, las maneras de pensar de sus habitantes, las formas en las que transmiten su historia. Esas cosas que hacen de África lo que es, y que revelan que son pobres materiales, pero ricos en valores, en significado.

A sangre fría



Este es un libro que no puede clasificarse de ninguna manera. No se corresponde con un género del periodismo estudiado por algún teórico; tampoco pertenece a un tipo particular de género literario. Es una obra impura. Y es precisamente en esa impureza que radica su maestría.
Truman Capote narra la historia de dos ex convictos que, al salir de la cárcel, se réunen para ejecutar el golpe perfecto: el asesinato de una familia, conformada por cuatro miembros, y asentada en una inmensa casa de Holcomb, un pueblito de Kansas. La materia prima: real, periodística. La forma de contar: literaria, descriptiva, novelada. Todo un híbrido entre la precisión de la investigación propia del buen periodismo, y la escritura llena de imágenes y de emoción, propia de la literatura.
Por esa misma hibridez, este libro fue criticado hasta el cansancio por aquellos que no comprendían el poder de las mixturas de disciplinas. Los periodistas decían: "esto no es periodismo, esto es falsedad". Y los literatos, por su parte, protestaban: "la literatura no puede ser sino ficción". Toda una polémica. Y más aún cuando después se descubrió que Capote tuvo una vinculación emocional muy estrecha con sus protagonistas.
En todo caso, es un gran libro, que se puede disfrutar como una novela muy bien escrita, y que, al mismo tiempo, puede causar gran impacto cuando se hace conciente la veracidad de lo que se cuenta. Después de leerlo, es recomendable ver la película Capote , donde se revela lo que hay detrás de su confección, y las vicisitudes por las que atraviesa el escritor a lo largo de la investigación.